sábado, 24 de enero de 2015

El bello Augusto

 Una de las joyas de nuestro Museo es este busto del fundador de la ciudad:
Exvoto de Augusto (98-103 d.C.). Carneola india. Procede del Balneario sagrado de aguas hipotermales del Municipium Turiaso, Tarazona. Recuerda la curación de Augusto en las aguas de Turiaso al regreso de las guerras cántabras. Museo de Zaragoza.
Aparte de la finura del trazo, se reconocen unas facciones agraciadas, como también ocurre en la gran estatua del César Augusto que se encuentra sobre un pedestal junto a las Murallas Romanas y que fuera donada a la ciudad en 1940 por el dictador fascista italiano Benito Mussolini.
A lo largo de la historia, ha sido habitual la dignificación de las imágenes de los mandatarios por los artistas encargados de hacer sus estatuas y retratos, tradición rota por nuestro paisano Goya al retratar con crudo realismo la boba expresión de los Borbones reinantes (Carlos IV, Mª Luisa de Parma y Fernando VII). Pero en el caso de Augusto parece ser que no se trataba tan solo de adulación por parte del artista.
Escribió el historiador Suetonio (Vida de los doce césares, LXXIX): "Augusto tuvo una belleza privilegiada y la conservó con todo su encanto a lo largo de su vida... Su rostro inspiraba una gran calma y serenidad... Tuvo unos ojos brillantes y nítidos, que incluso querían hacer creer que había una cierta autoridad divina... Sus dientes pequeños e irregulares estaban separados, sus cabellos eran ligeramente ondulados y tirando a rubios. Su entrecejo cerrado, sus orejas pequeñas, su nariz algo prominente en la parte superior y un poco curva en la punta, su tez entre moreno y blanco. De baja estatura, la proporción e igualdad de sus miembros no hacían notarlo".
En resumen, parece ser que el césar fundador de Zaragoza era un guaperas.

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